NO HAY CARADRIO EN EL TAPIZ DE BAYEUX

Hemos mostrado recientemente cómo algunos estudiosos de renombre (Beigbeder, Réau) han apuntado la existencia del caradrio entre la escultura de portadas románicas como la de Aulnay basándose tan sólo en lo que les sugería la figura de un ave –a veces con rostro humano- por su aspecto físico y no por su cometido y utilidad, como hemos visto claramente que se mostraba con el caradrio en los múltiples casos de libros iluminados. Eso mismo pensamos –con todo respeto- con lo dicho sobre la sala capitular de Oña. Entre la fauna híbrida de Aulnay uno puede identificar casi lo que quiera, tal como vemos en la magnífica foto de Paula y pensamos que Réau tuvo más interés en “justificar” su conocimiento de la habilidad del caradrio, y contarlo,  que en localizarlo visualmente en el pórtico poitevino.
Portada de Aulnay con el bestiario en la banda exterior (foto de Paula Guillot)

Insistimos en que los casos claramente descritos como caradrios, con el clamoroso de Alne con inscripción, las aves aparecen siempre en un ámbito de enfermedad: persona en una cama y ave en su entorno, mirándolo o volviendo la cara. Basarse en calificar como tal pájaro, y más teniendo en cuenta de su existencia tan sólo en el imaginario medieval, a pájaros que figuran en bestiarios por tener una cresta, una cola o un plumaje concreto, aportan muy poco o nada en la identificación de la figura.
 Por eso nos parece tan importante el capitel de Montearados, aunque también hemos de reconocer que su párroco está convencido de que allí tiene esculpido un pelícano, seguramente porque de lo que ha leído –tiene una buena biblioteca- en torno a los pájaros del bestiario, quien mejor “le cae” sea el pelícano, por su carácter eucarístico, sin tener en cuenta que el suyo no se pica en absoluto el pecho, como lo hacen los pelícanos románicos, tal es el caso de Santillana.

capitel con pelícanos en Santillana (Cantabria)
 Pero siempre defendemos que cada uno vea lo que más le conviene para su felicidad, sean templarios o ángeles sicopompos, que lo importante es su utilidad y en este caso quizás puede defender mejor la presencia eucarística que el anuncio de una muerte irremediable donde se impone la perseverancia en el pecado a los intentos de auxilio de los clérigos. Un cierto fracaso parece transmitir la escena “ad ultimum terribilium” como dice mi sabio amigo.

Uno de los trabajos en los que se propone la existencia de un caradrio y que tendría cierto sentido, es nada menos que en el Tapìz de Bayeux. Pero no olvidemos que el caradrio sólo pronosticaba enfermos, no sanos, como estarían los guerreros antes de la batalla de Hastings. Vamos a ver cómo no es así, que no hay caradrio, pero de paso descubriremos algunos detalles muy curiosos. La Tapicería es noticia estos días porque parece haber un acuerdo Francia-Inglaterra para exponer por primera vez en siglos la pieza en Londres (a fin de cuentas se cree inglesa su confección). Quizás haga retrotraer el brexit. Será para 2020.
En un documentado artículo de Fernando D. González Grueso, titulado “El Tapiz de Bayeux y los bestiarios. Una aplicación de la simbología del Physiologus al Tapiz de Bayeux” que se puede ver en esta dirección

se hace esa relación del bestiario con los animales del Tapiz (realmente, bordado y no tapiz) del que ya hemos utilizado algunas escenas misteriosas en entradas anteriores,  de 1 de marzo y 19 de Febrero del año pasado.
Pues bien, el texto del estudioso dice:
En la escena 31, Edward está muriendo y hay un caradrio justo debajo de él en la banda inferior. Según el Physiologus:
Es un pájaro completamente blanco, sin mancha alguna […] Se le encuentra en los pórticos de los reyes. Si alguien está enfermo, el caradrio sabe si su enfermedad es mortal o no. Si lo es, el caradrio aparta la mirada del enfermo, […] 
Por lo que sería un augurio de la muerte del rey inglés.
En la escena 32, hay un lobo aullando bajo el ataúd de Edward que portan sus vasallos hasta Westminster. Según Aristóteles, los lobos son animales “de buena raza, salvajes y pérfidos ”, tres adjetivos que caracterizan perfectamente a Harold: noble, duro en la guerra y pérfido en sus dos caras. Tal vez aúlle en muestra de dolor ante los demás y/o de alegría para sí mismo.
En la escena 35 se aprecia que Harold está en el trono y hay dos aves enfrentadas, tal y como sucediera con Edward en la primera escena, pero en esta ocasión, en lo alto del castillo. En esta escena las aves son negras, y en el caso de Edward eran blancas, ya que uno es corrupto y el otro honesto.

Muerte y entierro del rey Eduardo de Inglaterra en el Tapiz de Bayeux

Como disponemos de las fotos del Tapiz extraídas de la Wikipedia, podemos hacer nuestra propuestas:
No nos parece que sea un caradrio cualquiera de las aves en la banda inferior porque en muchos otros casos aparecen pájaros, aquí son amarillos y no blancos y están fuera de contexto; si se hubiera querido contar la acción del caradrio, aparecería directamente en la sala donde el rey departe con sus fieles –tampoco se dice que ahí esté moribundo ni enfermo, sino que dispone su futuro con los cercanos- y el ave estaría a los pies de la cama o junto a una ventana. Si vemos la escena con detenimiento, al pie de la cama aparece una figura que no es más que el adorno tallado del mueble en cuyo mástil se enrolla la cortina. 
En el piso superior el rey habla con sus próximos, toca los dedos de Harold y debajo es amortajado. A la derecha, la cesión de insignias reales inmediatamente (ver el dedo apuntando a la otra escena) a Harold.


No hay caradrio en la escena. Y mucho menos estaría relacionado con el amortajamiento de la escena inferior, donde el rey ya está difunto. Pero sí podemos descubrir detalles interesantes, si es que queda alguno, ya que los ingleses han estudiado y desmenuzado cada puntada del bordado, convirtiendo a cada británico en un investigador. Vamos a utilizar fundamentalmente un monumental tocho sobre el tema “The study of the Bayeux Tapestry” coordinado por Richard Gameson, accesible en internet, de 253 páginas en donde encontramos hasta el menor detalle.
En un artículo muy interesante, dedicado a estudiar “Las fábulas en el Tapiz de Bayeux” del profesor Joaquin Rubio Tovar, de la Universidad de Alcalá, descargable en internet, se propone la muy posible relación de fábulas clásicas con las escenas centrales, que luego repasaremos, pero no se menciona al caradrio en ningún caso.
Para un conocimiento general del Tapiz, con explicaciones y fotos, los profesionales que dirigen esta web Romanico Digital han tenido la amabilidad de poner a disposición en la red el texto e imágenes de la conferencia impartida el año pasado en los cursos de Aguilar, por el profesor Terence Le Deschault de Monredon “La historia contada en imágenes: el Tapiz de Bayeux como crónica visual”, muy bien explicada.
El libro que tiene un despliegue extraordinario de fotos del Tapiz se titula “La Tapisserie de Bayeux”  de David M.Wilson y como está editado por Flammarion ya se supone su calidad fotográfica.
Con estos mimbres vamos a intentar encontrar datos para un cesto de mensajes del Tapiz.

La muerte del rey Eduardo

La escena 31, tal como dice González Grueso se compone de dos viñetas superpuestas. Ambas están anormalmente colocadas en un relato lineal como es el del Tapiz, tras el entierro de Eduardo. Existen largas polémicas sobre el hecho, pero lo más consensuado es que se ha introducido primero el entierro y luego su enfermedad y muerte para poder enlazar la enfermedad con la siguiente escena en la que se le entregan a Harold la corona y elementos de su nombramiento real. Se trataría de ensalzar la precipitación de Harold para hacerse rey como heredero de Eduardo, cuando ya había prometido pleitesía a Guillermo de Normandía.

 Hay que tener en cuenta que todo el relato no sólo narra la cruenta conquista de Inglaterra en la batalla de Hastings, sino que el eje del discurso es –una vez más- una ordalía, con un juramento ante reliquias incumplido por Harold y a fin de cuentas se presenta la batalla como un juicio de Dios. Harold había jurado en Bayeux fidelidad a Guillermo el Conquistador, pero luego se apropió sin su consentimiento de la corona a la muerte de Eduardo tan deprisa como describe el bordado. La consecuencia de tal perjurio provoca la invasión, y el Tapiz –pese a que es bastante equilibrado en el relato- se constituye en un elemento de demostración de que Dios había decidido.
Repetimos la foto de la muerte del rey para facilitar la lectura

La clave para “justificar” esa relación entre la entrega indebida del reino por el rey Edward a Harold hay quien la ve en la escena siguiente donde dos nobles entregan corona y hacha al candidato indebido y señalan con el dedo al monarca en el cuadro anterior. Eso no se podría haber puesto si se hubiera seguido el orden cronológico con el entierro real seguido del encargo sucesorio. Porque en el piso superior del palacio donde se cree que Edward está moribundo (pero nada dice la leyenda de enfermedad) sí que se ha plasmado una de las sutilezas bordadas del tapiz: la admirable gestualidad de los protagonistas.
 Y así vemos que el rey habla a sus fieles y toca con los dedos de su mano derecha los de la mano izquierda de Harold, lo que se entiende como fórmula del encargo que le hace: que cuide de su reino y de su esposa Edith, bordada detrás en discreto segundo plano. La identificación de los protagonistas de muchos episodios del Tapiz se ha hecho en base a un documento de la época muy valioso que narra precisamente la vida del rey Eduardo que sería santo (San Eduardo el confesor) varios años tras su muerte. Esa “Vita Eadwardi” nos ayuda a reconocerlos:  Stigand, arzobispo de Canterbury acompaña al rey arriba y preside su amortajamiento; Harold, que toca su mano y la dama es, ya decimos,  la reina Edith.

En el piso inferior, ante el obispo, dos de sus fieles se aprestan a amortajarlo, y en mi modesta opinión pudiera estar el de su cabecera llevando en la mano ante la boca real no sé si un espejo para comprobar que no respira o un objeto sagrado como un portapaz para preparar el cadáver. Pero la postura de la mano ante la boca está clara. Más cuando hay un largo debate sobre si el rey estaba medio vivo o medio muerto en esas escenas. Sin corona ni otro signo, el rey se convierte en un mortal más.
Sí que creemos tiene razón González Grueso en identificar un lobo aullando bajo el féretro en la escena del entierro que ahora estudiaremos. Es muy posible que el lobo aluda al entierro. Parece claro para los investigadores que en el comienzo del bordado aparecen varias veces determinadas fábulas medievales; por ejemplo, la de la zorra y el cuervo, tan popular en Frómista –precisamente construída alrededor de la fecha del Tapiz, varios años después de 1066- aparece tres veces. Luego lo veremos. Al haber centauros y sirenas también se entiende que todos los márgenes contienen figuras del bestiario, pero no está claro que tengan relación con la narración principal. Al menos, no siempre.
Pero para desmenuzar la escena de la muerte y entierro del rey Eduardo, quien mejor lo hace es Victoria Thomson de la Universidad de York en un artículo accesible titulado “Kingship-in-Death in the Bayeux Tapestry”, ya que como decimos, hay expertos para cada escena.
Ella es quien destaca que en esa alteración del orden en el entierro, se ha descrito procesionando hacia la izquierda, en sentido contrario al relato, pero es que la viñeta se viene leyendo en ese sentido desde la del diálogo del rey con los suyos.
Entierro del rey Eduardo.Bajo el féretro los campanilleros y bajo éstos, el lobo aullando

El entierro
Un grupo de siete eclesiásticos, algunos tonsurados, sigue al féretro portando báculo, libro y capa pluvial hacia la Abadia de Westminster, que acaba de ser consagrada tan sólo unos días antes de la muerte del rey, quien la había ordenado construir. La mano de Dios saliendo de la nube marca ese detalle. Tan reciente es la obra, que aún podemos ver a un operario jugándose el tipo al colocar la veleta –signo del remate- en lo más alto del edificio.

La doctora Thomson comenta ya desde el inicio de su trabajo la importancia que tiene y tenía para la población saber la continuidad del reino, que la incertidumbre que genera el vacío de poder en la cumbre del reino dure cuanto menos y de ahí que se haya transmitido a estas escenas esa sensación de falta de interregno. Dice La muerte de un rey es siempre un periodo de crisis incluso cuando la sucesión está asegurada, y mucho más cuando el futuro de ese reino está en disputa.
Luego razona que, teniendo en cuenta que cuando se hace el tapiz ya se conoce el resultado de la historia, se podría presentar al rey Eduardo ponderado y ocupado en dejar el reino asegurado pese a conocer (o no) la ilegitimidad de Harold por el bien de sus vasallos, ante el temor de una lucha que finalmente no se podría evitar. Quizás Harold no había informado al rey Eduardo de su juramento de pleitesía ante Guillermo. Es significativa la aparición del cometa Halley a poco de su nombramiento, que supuso un augurio de mala fortuna para el reino.
Pero volvamos a los márgenes del tapiz, tan ricos y misteriosos. Luego terminaremos volviendo a los dos más pequeños personajes del entierro, los campaneros.
Como hemos dicho, el profesor Rubio Tovar ha estudiado las fábulas en el Tapiz, en sus márgenes. Pensamos que, como veía Ruth Mellinkoff, los márgenes, tanto en los libros miniados como los canes románicos, tienen una función apotropaica de protección de lo escrito. Puede que en el Tapiz ocurra algo similar. Al menos las de contenido sexual. No cabe duda que, sobre todo en las primeras escenas –digamos, las que relatan escenas de paz- se han introducido episodios reconocibles de las fábulas y que luego los animales del bestiario no parecen conectar con el relato.
Embarque para cacería de Harold y sus nobles.En el margen, las fábulas clásicas
Podemos ver una escena plena de vida. En un palacio al borde del mar, los nobles comen y beben (uno en un cuerno) mientras el criado avisa de la partida de los barcos, a los que acceden los ayudantes cargando con los perros con collar y delante el halconero. El barco más grande tiene escudos y mascarones. El capitán gobierna con el timón. Pero veamos los márgenes.
Dice el profesor Rubio que las fábulas aparecen seguidas . Veamos algunas:
El zorro y el cuervo (bajo las escaleras del palacio donde comen y beben los nobles con Harold. Se repiten otras dos veces). Puede notarse el pequeño queso objeto del cuento.

El lobo y el cordero (bajo las ondulaciones primeras de los hombres remangados) donde según cuenta el profesor Rubio “caben pocas dudas de que estamos ante la fábula del lobo que amenazaba al cordero por ensuciarle el agua que iba a beber, aunque el cordero bebiera más abajo”.
El parto de la perra ocupa la siguiente viñeta, bajo los remos, con cuatro cachorros que hacen frente a un gran perro frente a su madriguera, basada también en Fedro, con la moraleja tan castellana de que “de fuera vendrán que de tu casa te echarán.” 
No olvidemos que se ha querido vincular esta panoplia de fábulas a la historia (no a las viñetas) de los protagonistas, ya que la traición de un personaje presentado al principio como noble y recto y luego doble y falaz por su ambición, como era Harold, a quien a su vez el rey Guillermo le lisonjea y somete suavemente, son directas personificaciones de las fábulas.
La otra fábula, bajo la pequeña barca, muestra la de la grulla y el lobo, que invitó al amable ave a que le sacara una espina que se le había atravesado en la garganta.Y al extremo derecho vemos parte de otra fábula también muy apropiada, como el león tirano al que detestan sus súbditos, y curiosamente el primero parece un humano aunque le toca ser un mono. 
Misteriosa escena de Aelfgyva con la agresión del monje que ya hemos estudiado

Terminamos esta breve excursión revisitando la viñeta misteriosa de Aelfgyva, en la que se ha querido vincular los desnudos del margen con la escena de la bofetada o caricia clerical a la dama. 
Aportamos una duda más a la cadena interminable de hipótesis: en esa época se estaba implantando la reforma gregoriana en toda la cristiandad con las consiguientes resistencias y –sin desechar la propuesta de la vinculación sexual- pensamos que un clérigo parece abandonar un tanto violentamente a su concubina, ya que él está en la calle y ella a cubierto, (no parece un templo) quizás sacrificando su vida amancebada en cumplimiento de disposiciones de renovación que parece destilar la historia. Vamos a terminar con la explicación de los “campanilleros”.
Dead bells
hombres tocando campanillas en el entierro del rey


Llama la atención los dos pequeños personajes que caminan bajo el féretro real portando unas campanas. En ocasiones anteriores en que había visto esta escena, me parecieron cubos en lugar de campanas, cosa que encajaba con una tradición medieval que consistía en echar agua bajo el féretro camino del cementerio, tal como interroga Burchard de Warms: “¿Has practicado las supersticiones que suelen practicar mujeres necias, las cuales, mientras están aún en casa los restos mortales del difunto, corren a la fuente y llenan a escondidas un recipiente de agua, y en el momento en que es alzado el cuerpo del muerto, tiran el agua bajo el féretro y están pendientes de que, al sacar el ataúd de casa, no lo levanten por encima de la altura de la rodilla, y hacen esto para obtener la curación de alguna enfermedad?”
Evidentemente, en mi caso “había oído campanas” porque además estamos en el entierro de un rey que para remate acabó siendo santo.
Por tanto, son claramente campanas, pero especiales y por fortuna sabemos la utilidad de las “campanas de muerto” o dead bells (también death bells).
En internet existe una web que recopila información sobre entierros, funerales y dead bells y probablemente conservan mejor una información que referida a España se ha perdido en gran parte.


Como no debemos extendernos, dejamos constancia de que el uso de las campanas en la Iglesia, en general, tiene una doble función : anuncio a la comunidad y ahuyentar los malos espíritus. Hemos de recordar que tenemos escrito hace tiempo que los sacerdotes privilegiados que podían entrar al Sancta Santorum (a veces sólo una vez en su vida) en el Templo de Salomón, vestían una capa cosida con doce cascabeles que sonaban a cada gesto y no tendría sentido que esas campanillas sirvieran para anunciar nada a los fieles al otro lado del velo del Templo, que no veían nada, sino para ahuyentar a los diablos, ya que la campanilla es un signo de vida.
 Eso mismo ocurría no hace mucho en la consagración y en todo ritual que contenga el uso de campanillas (incluso sustituidas por carracas en Semana Santa), porque de lo que se trata es de generar sonido –que significa vida- que espante al mal. Hasta los japoneses las cuelgan junto a la ventana con un cartoncito que al moverse con el viento provoca un dulce sonido, también ahuyentando los malos espíritus.
Ese mismo concepto de “mostrar vida” podemos extrapolarlo a las velas y bujías (luz es vida) que depositamos junto a las tumbas de los difuntos. La Iglesia consideró superstición tocar las campanas para ahuyentar el granizo, pero lo arregló haciendo subir al cura a dar hisopazos desde la torre. Los fieles no habrían consentido quedarse desprotegidos.
Por tanto, los campanilleros no sólo van anunciado la muerte del rey, sino que protegen el catafalco, por eso aparecen justo debajo.
La consideración de que el alma quedaba un tiempo junto al difunto provocó que los fieles quisieran protegerlo, y era importante tenerlo cerca de casa, en el cementerio local, y para que haya un cementerio debe haber cerca una iglesia, por lo que la “explosión de fé sembrando del blanco manto de las iglesias” románicas a partir del milenio que nos cuenta Glaber, me parece que fue un motivo mucho más práctico y prosaico: todos los pueblos querían tener su iglesia y su cementerio (al principio la propia iglesia) para proteger esas almas de los parientes y de ahí el tremendo esfuerzo de que cada pueblecito para tener su iglesia. Pero eso lo veremos en otra entrada.
Aquí si consultamos la wiki en inglés, encontramos precisamente la imagen que estudiamos. Las campanas grandes, las de la iglesia, servían también para anunciar los difuntos con su toque especial (tres golpes si era varón y dos si era mujer) de modo que el toque de difuntos transmitía más información de la que parece.
Teresa, hija de Teresona, la mítica campanera de Yermo. Al fondo
 su casona hoy en ruinas

 La prima donna de las campaneras fue Teresona, la de Yermo, inmortalizada por Cela en una crónica, de la que contaba cómo con su toque personal (nunca mejor dicho) comunicaba hasta su estado de ánimo a los oyentes, cosa que creemos complicada si era un toque de difuntos y el evento la producía cierta satisfacción. Al final, mis pesquisas me han llevado a descubrir que una vez más tras un cuento hay algo cierto: durante la guerra –en la que la mujer tuvo un comportamiento muy digno y valiente- se llevaron para fundir las campanas y cuando acabó, nadie se ocupó de colocar unas nuevas hasta los años 50. Entretanto, Teresona se apañó para colgar un trozo de rail en el campanario y lo tocaba con un martillo, sin sospechar que ese acto le llevaría a la fama, puesto que Iñigo la llevó a la tele, aunque la presencia de Uri Geller doblando cucharas eclipsó su meritoria hazaña.DEP

Rematamos con una nota que acabamos de hacer (2 de Febrero, fiesta de la Candelaria) leyendo "Les laïcs au Moyen Age" de André Vauchez, capítulo dedicado a liturgia y cultura folklórica, pag.150: Las rogativas, según Jacobo de la Vorágine, tenían como fin pedir protección a los santos para obtener su ayuda y protección contra los males del tiempo. La cruz y las campanas eran enarbolada la primera y haciendo sonar las segundas, mientras los fieles purgan la atmósfera de la presencia nefasta del Diablo, quien, como todos saben, es el origen de las tormentas. También los cantos procesionales ayudan a alejar los diablos y restablecen la armonía del cielo. Todo eso coincide perfectamente con lo que nos enseñan los trabajos de los etnólogos e historiadores sobre la función apotropaica del ruido en la cultura folklórica, en particular para ahuyentar las tormentas y todo lo que amenaza la prosperidad del grupo; en numerosas comunidades rurales hasta época reciente, los hombres eran especialmente retribuidos por la comunidad para hacer sonar las campanas al aproximarse nubes negras, portadores de hielo...



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