TÓPICOS ROMÁNICOS


Hemos mencionado en artículos anteriores cómo a veces los historiadores apelan a algún “comodín” para explicar determinados capiteles, cuyo significado no encuentran por el propio contexto de su iconografía y uno de esos comodines suele ser algo tan manido como “la lucha del bien contra el mal” o en los casos de devoración de un humano por un monstruo, aquello del “pecador despedazado por un diablo monstruoso”.

 De este modo, en el capitel contiguo a Daniel entre los leones que le lamen los pies en la portada de Yermo (Cantabria), veía García Guinea al “pecador destrozado por las fauces airadas de sus vicios” a la vista de los dos leones opuestos por la grupa que con gesto amenazador encaran a un personaje efectivamente despedazado. Cuando Olañeta investigó la relación de este capitel con otro similar con el ciclo completo de Daniel en el foso, esculpido en el cercano claustro de Santillana, lo presentó en una conferencia que organizamos en el Ateneo de Santander a la que fue invitado el insigne profesor, quien con su incomparable categoría humana, reconoció que efectivamente, en ambos capiteles, se estaban relatando la secuencia derivada de la milagrosa salvación de Daniel, tal como se describe en el capítulo XIV del libro del profeta en la Biblia, por lo que la conclusión de que allí se representa el castigo a los conspiradores contra Daniel se apoyaba en el texto bíblico y por tanto era correcta. Por desgracia, esa versión última correcta no fue recogida en la Enciclopedia, donde aún figura mal interpretada y aún hoy hemos de matizar en las visitas la explicación de la EdR, ya superada por lo publicado por Olañeta en el Codex y en su tesis doctoral.

Capiteles de Yermo (Cantabria) con Daniel en el foso y a su lado, el castigo a los conspiradores, tal como supo ver J.A.Olañeta al compararlo con su inspirador en el claustro de Santillana.

 No sólo descubrió Olañeta esa presencia bíblica en ambos capiteles cántabros; su tesis sirve de base para demostrar que otro “tópico”, en este caso el personaje que maneja o sujeta animales, el también manido “señor de los animales” no es tal. No existe en el románico esa figura cuyo origen mesopotámico no se conoció hasta entrado el siglo XIX por lo que difícilmente lo conocerían en la Edad Media.

Lado occidental del capitel de Daniel en el foso del claustro de Santillana con el castigo a los conspiradores. El despedazado tiene como en Yermo la cabeza hacia abajo, cayendo al foso y la melena partida en dos. Daniel contempla la escena asomado al borde del foso.

Viene esto a cuento de que hay ciertos tópicos o lugares comunes que vemos tantas veces publicado como soporte de algunas lecturas, que si uno muestra sus dudas, parece salirse de la riada con riesgo de ser anatematizado o para otros, de poner en evidencia nuestra supina ignorancia.
Ejemplo de falso "señor de los animales" en el cementerio de Maliaño (Cantabria) sobre unas termas romanas, a 200 m.del aeropuerto "Seve Ballesteros" de Santander.

TÓPICOS QUE HAY QUE DESMONTAR

Se usan dos de estos tópicos que me resultan especialmente molestos porque influyen en la forma de encarar el estudio del románico. Por un lado tenemos el manido texto del monje Raoul Glaber (Glaber es apodo y significa “lampiño” ya que el monje carecía de pelo en todo su cuerpo) según el cual la rápida y fulgurante expansión del románico en un relativamente corto periodo de tiempo obedeció a la reacción exultante de la cristiandad al comprobar que no se había producido el temido fin del mundo al llegar al milenio. Como si fuera un guión de un film de Frank Capra. Luego lo veremos con más detalle.
El otro tópico, a mi juicio, es el tan manido texto de San Bernardo sobre la “Formosa deformitas” que sirve para explicar la reacción de la Iglesia contra la iconografía románica y que, aunque finalmente encontró acomodo entre los edificios cistercienses, no significó la “condena” ni la descalificación de las figuras románicas que poblaban los templos de toda Europa.
Si ponemos en duda esas dos teorías (la de Glaber y la de San Bernardo) quizás podamos aproximarnos a la realidad de ese tiempo, en el que se hizo muy necesario disponer de templos para proteger y venerar a los difuntos y a la vez esos templos debían estar dotados de medidas o de imágenes para efectuar dicha protección.
Para ello lo mejor, como siempre conviene, es leer el propio texto del fundador en esta web para sacar conclusiones:

Parece evidente que la carta al abad Guillermo comienza siendo una explicación fraternal de la diferente manera de enfocar la vida monástica entre benedictinos (cluniacenses) y cistercienses, repleta de justificaciones, apelando al mismo fin que persiguen todos en la diversidad, porque los enfrentamientos dañaban la imagen de la Iglesia. A partir del capítulo 10 endurece su crítica a la vida acomodada de otras órdenes (precisamente su destinatario, sin citarlo). Al llegar al capítulo 16 comienza a denigrar de los lujos superfluos, como los adornos desmesurados en las iglesias, y en el 20 acomete la poca moderación en el comer y el beber, llegando a  criticar la manera de cocinar los huevos. En el capítulo 28 comenta un hecho curioso, teniendo en cuenta que este texto es de 1124: “los criados con acicaladas pelucas” que acompañaban en su rico séquito a los abades cluniacenses, lo que parece más bien una estampa del siglo XVIII. (Este detalle de las pelucas puede ayudar a comprender algunos capiteles, como el de la nave, lado de la epístola de Santa Mª. de la Serós).
(En la imagen, el capitel de la Serós, con personajes que parecen llevar pelucas.).

 En su relación de excesos  critica los mosaicos (“pinturas en el suelo que todos pisan”) y las figuras de santos con materiales caros.
Todo ello lo hace porque tiene presente que primero ha de atenderse a los pobres. Finalmente en el capitulo 29 ataca las esculturas de los claustros (nunca menciona las fachadas ni los aleros) donde los monjes deben leer y meditar y esas extrañas figuras los distraen. Es evidente que el “doctor melifluo” conoció el esplendor de Cluny y otros monasterios, pero lo que le incomoda es el gasto, lo que cuesta, sin importarle su utilidad, que probablemente no conoce. La pregunta es ¿por qué se siguió utilizando la escultura en monasterios cluniacenses y muy profusamente en las iglesias románicas que todavía se siguieron levantando hasta bien entrado el siglo XIII? Evidentemente, la aislada opinión del santo no mereció más atención que en el ámbito cisterciense.
Más aún, observa agudamente Beatriz Fernández Ruiz en “De Rabelais a Dalí: la imagen grotesca del cuerpo” que “Shapiro destaca que el propio S.Bernardo no pudo escapar del atractivo seductor de las esculturas monstruosas de los claustros románicos, ya que fue capaz de hacer una descripción tan exhaustiva de ellas, que se han identificado todos los motivos que mencionaba.” (la deformis formositas ac formosa deformitas, por su propia estructura quiásmica y antitética semeja un diseño típico del arte románico”, dice Shapiro).
En la imagen, capitel del claustro de Silos.

Aun aceptando que se construyó en románico muchos años como movimiento de inercia cuando ya se iniciaba el gótico, parece razonable concluir que los usuarios demandaban ese tipo de iconografía. No es precisamente el gótico un alarde de modestia y sencillez. La austeridad de la reforma cisterciense se circunscribió, al parecer, a los monasterios de su órbita, al menos durante bastantes años. Tomemos el texto y subrayemos:
Pero en los capiteles de los claustros, donde los hermanos hacen su lectura, ¿qué razón de ser tienen tantos monstruos ridículos, tanta belleza deforme y tanta deformidad artística? Esos monos inmundos, esos fieros leones, esos horribles centauros, esas representaciones y carátulas con cuerpos de animal y caras de hombres, esos tigres con pintas (1), esos soldados combatiendo, esos cazadores con bocinas... Podrás también encontrar muchos cuerpos humanos colgados de una sola cabeza, y un solo tronco para varias cabezas. Aquí un cuadrúpedo con cola de serpiente, allí un pez con cabeza de cuadrúpedo, o una bestia con delanteros de caballo y sus cuartos traseros de cabra montaraz. O aquel otro bicho con cuernos en la cabeza y forma de caballo en la otra mitad de su cuerpo. Por todas partes aparece tan grande y prodigiosa variedad de los más diversos caprichos, que a los monjes más les agrada leer en los mármoles que en los códices, y pasarse todo el día admirando tanto detalle sin meditar en la ley de Dios. ¡Ay Dios mío! Ya que nos hacemos insensibles a tanta necedad, ¿cómo no nos duele tanto derroche?

 (1)   Se deduce que S.Bernardo tuvo el privilegio de ver los capiteles pintados, como lo estaban todos en la época. Hoy esos tigres, ya sin pintas, puede ser confundido con leones.

Parece claro que al santo fundador, a quien su fuerte integrismo le llevó a predicar la segunda cruzada, que fue un fracaso total y costó la vida a millares de personas (fieles y paganos), no entendía ni nadie la había explicado la utilidad de esas figuras. No las encuentra necesarias y sobre todo, son caras. Así, cuando ve un mosaico, se pregunta para qué pisar esa belleza, donde “más de una vez se escupe en la boca de un ángel o se sacude el calzado sobre el rostro de un santo, si con una simple losa es suficiente. Pero no intenta preguntar para qué se ponía aquello tan caro. Y evidentemente no era por adornar, ni como el doctor melifluo dice, para entretener a los curiosos. Los suelos con mosaicos se utilizaban desde siglos antes en muchas culturas.

(En la imagen, mosaico de Lescar en foto de flirck ,con el arquero cojo y su olifante)
 Pudiera desprenderse de esta postura que casi al tiempo que se esculpían esas figuras ya se estaba perdiendo su utilidad, su sentido, su significado. Sin embargo, los modelos de monstruos simétricos  en claustros y obscenidades en los aleros se seguían repitiendo, al menos quizás porque si haces lo mismo que los demás, parece que te sientes protegido en la uniformidad. 
 Parece que San Bernardo, cuyas dosis de cinismo aparentan ser de cierto calibre, no preguntó ni nadie le explicó para qué se disponía esa multitud de figuras llamativas, y eso sólo en los claustros. Sin embargo, no dudó en escribir que “las audiencias piden discursos que estimulen la devoción del pueblo carnal con ornamentos materiales porque con los espirituales no es posible lograrlo” o sus recomendaciones de introducir proverbios en las homilías a fin de estimular la mente de la audiencia. Como siempre, haced lo que digo y no lo que hago.
Sin embargo, no hay un solo texto que explique la utilidad apotropaica de esas imágenes y si existieron –que probablemente los hubo- fueron posteriormente eliminados porque sonaba a brujería: las únicas imágenes para luchar contra el diablo deberían ser las de santos y vírgenes. ¿Cómo se iba a combatir al diablo con imágenes diabólicas? Afortunadamente, los antropólogos estudiando las creencias (supersticiones, se les llama con cierto desprecio) y la religiosidad popular, que aún pervive, nos ayudan a dar con la explicación. 
Parece como si el recurso al desprecio por las imágenes esculpidas que mostraba el clérigo se “capitalizara” en muchas ocasiones para explicar que los monstruos, obscenidades y la iconografía no historiada eran excepciones, casos ajenos a los promotores, como cuando se nos quiere proponer  de manera absurda, que esas iconografías se hacían casi a escondidas, sin permiso, para ridiculizar a alguien o para inspirar el risus paschalis, del que apenas hay noticia en España y muy excepcionalmente en otros países.

Uno de los grandes estudiosos de esa iconografía que no entendió San Bernardo es el Dr. Gerardo Boto. Así, en su obra “Ornamento sin delito…” en la que estudia minuciosamente el sentido de los capiteles de Silos (de donde pensamos que hubo de tener también canecillos que se han perdido) y el modelo a seguir  para un gran territorio castellano, señala que “el Melifluo no supo advertir, como sí hicieran los cluniacenses, las virtudes implícitas de las imágenes monstruosas”.
Precisamente, la ausencia de apoyo escrito que mencionamos antes para explicar o justificar esa iconografía -monstruosa en el claustro y variada, incluyendo obscenidades, en el alero- hace comentar al Dr. Boto : “Este magro horizonte literario no sólo desaconseja la aplicación de lecturas simbolistas a la plástica monumental, sino que incluso pone en entredicho el conocimiento puntual del nombre y las propiedades de cada una de las distintas criaturas, incluso en medios monásticos”.
 De manera que esos eruditos que nos ofrecen un verdadero tratado de cada monstruo, sus propiedades y simbolismo no son capaces, en ocasiones, de responder a la pregunta del simple o “idiotae” encarnado en un servidor: ¿Para qué?

Donde sí podemos encontrar “modelos” (no explicación) de esas figuras –monstruos, obscenidades- es en los márgenes de los libros miniados, tema que ya hemos tratado ampliamente desde 2014 en el “Sexo protector” en el foro de AdR, y respecto a lo cual, estudiosos como Ruth Mellinkoff han destacado el carácter apotropaico de esas figurillas que aparecen enmarcando escenas sagradas. Si aceptamos que esa puede ser su función, no es difícil verlo en las esculturas que los imitan.

Que esa “decoración” (en el sentido de que era decoroso y apropiado esculpir esas imágenes) se disponía atendiendo a peticiones de clérigos y laicos, es decir, que provenía de donde todos venían, de la “cultura popular”, lo explica en su trabajo el profesor Boto: “Es difícil sostener hoy que la inobservancia de las normas y la transgresión, fueran los valores depositarios de la imaginería profana del siglo XII. Desde finales de la XI centuria los artistas plásticos mostraron un agudo interés por incorporar elementos y registros tomados de su cultura popular; en otras palabras, por reflejar en los márgenes imágenes tomadas “del natural”: temática sexual o lúdica.”…”los predicadores estuvieron expuestos continuamente a la cultura del auditorio, de la que con frecuencia acababan participando”….”la pretendida insolencia del artífice, que introduce imágenes soeces, inverosímiles o simplemente laicas en medios religiosos, no tiene por qué responder necesariamente a una voluntad de transgresión”. Y cita un comentario de Shapiro sobre los márgenes del relieve de Santo Tomás en Silos, que ya hemos comentado en otra entrada y que está al alcance de cualquiera que invierta unos euros en comprar el magnífico estudio que tratamos.
En el ámbito claustral, bastante “obsceno” se podría considerar la presencia de esos titiriteros en el sagrado relieve de Silos, pero nos debe llevar a reflexionar, por elevación, que las imágenes marginales colocadas en edificios (otros libros) y esculturas sagrados cumplían esa función apotropaica para distraer la atención del Maligno o cualquiera que fuera poseído por él, con escenas insólitas.
(Fotografía del borde superior del relieve de Silos)
Por eso, el profesor Boto entiende la visión de Camille respecto a la portada sur de Aulnay, plagada de bestias imaginarias, de la “contigüidad” de la cultura de los laicos y la del clero menos letrado, antes que un reflejo de una cultura popular ajena a la Iglesia. “A su carácter paródico –compartido con la narrativa oral coetánea- quizás se sume la función profiláctica dado que se trata de una galería de seres monstruosos”, señala el autor.
Son, por tanto, “mensajes convencionales entre promotor y audiencia”.
(Fotografia de Paula Guillot de la portada de Aulnay, con  los monstruos en la arquivolta exterior,)

Y añade: “La absoluta carencia en los archivos monacales de cualquier explicación o sentido de las figuras obscenas y llamativas e incluso de los bellos capiteles de prodigiosa talla y simetría, debería hacernos sospechar una intención durante siglos de borrar huellas de cualquier alusión  al origen “supersticioso” de las esculturas que tuvieron en principio un claro acuerdo entre las partes de su utilidad”.
Cuando los escritos de la época, como los de Lucas de Tuy justifican y reclaman imágenes en el interior de los templos, alegando hasta cuatro razones: adoctrinar, enseñando el dogma; didáctica, para provocar la imitación; la ornamental y una cuarta : la profiláctica o defensa de los fieles. ¿De quién? ¿Defenderlos de qué mal dentro del templo? Profiláctico es apotropaico. Cuenta Boto que el propio S.Bernardo (otra contradicción) tenía entre sus enseres personales una Biblia  ricamente ilustrada con figuras deformes (esperemos que formosas).
Un ejemplo que menciona el Dr.Boto es un olifante del Museo Victoria y Alberto de Londres en el que aparece una escena de la Ascensión añadida a un friso original con diversos animales, algo similar a lo esculpido en Silos. Si vemos otro olifante del Museo de Cluny en París, nos hace pensar que no hay añadidos, sino que fueron tallados los temas profanos y sagrados a la vez. Coincide que como instrumento de caza (pieza de lujo, pero claramente referida a la caza, plagada de elementos apotropaicos : los cojos halconeros de Jaca, el ballestero cojo de Lescar, etc) se pretendía dar protección a los portadores con imágenes sagradas, que a su vez eran protegidas por el friso de animales salvajes, como elementos de distracción de las intenciones malignas, incluídas las fieras objeto del cinegético deporte. Todo ello con el fin de lograr éxito en la cacería.
(Foto de http://www.musee-moyenage.fr/collection/oeuvre/olifant.html, Museo de Cluny, Paris,con varias vistas)

De todas maneras, dejamos ahí ese apunte para no meternos en jardines que cultivan maestros que nos enseñan y, como dice el propio santo fundador “es mejor decir poco con paz que mucho con escándalo”.

LA REFORMA GREGORIANA

Que el manido texto de S.Bernardo haya que verlo en su limitado alcance, lo acredita, entre otros eruditos, Weisbach en su “Reforma religiosa y Arte Medieval”. Opinamos que la expansión del románico y su iconografía “laica” tiene mucho que ver con la Reforma y muy poco con los comentarios de los monjes cronistas que manejamos, como más tarde intentaremos explicar. No nos cansaremos de insistir en que dicha Reforma tuvo un alcance mucho más allá de los ritos litúrgicos y con apoyo de reyes, reinas y nobles, supuso un revulsivo de la vida civil, como hemos comentado en este blog relativo a los juicios, paz de Dios y fueros. Así inicia su libro Werner Weisbach: “el movimiento reformador se inicia en el siglo X por el monasterio de Cluny y por sus tendencias…tuvo profundas consecuencias para la vida eclesiástica y mundana”. La vocación peregrina de la orden les condujo a fomentar el intercambio con los reinos hispanos y el auge del culto a las reliquias, “leit motiv” de las peregrinaciones.
Descarta el autor incidencia alguna sobre los terrores del milenio, “antes bien, varios motivos apuntan contra tal idea” y “estos anuncios del fin del mundo “encontraron una tan fuerte oposición por parte de la Iglesia, que no es posible admitir el punto de vista de que el temor al fin del mundo haya jugado un papel considerable en la vida espiritual de la época…La Iglesia no tenía interés alguno en favorecer un estado de ánimo que hubiera tendido  a sumir al pueblo laico  en un letargo de terror y a interrumpir las actividades vitales”.
Pero hemos de volver al otro tópico: el rechazo a la escultura “monstruosa” de S.Bernardo. Tras analizar lo limitado de su opinión: “el santo no parece tener del arte una alta estimación y no se ha ocupado de él seriamente” ni entiende su simbología, añade Weisbach: “No hay ningún  indicio de que la sarcástica invectiva de S.Bernardo haya encontrado resonancia en círculos extensos. Aún hoy, un sabio católico (Wilmart) estima que la polémica, aunque contenía amargas verdades, sobrepasó toda medida y rozó la sátira más de lo necesario”. Por eso, el abad de Cluny, Pedro el Venerable, harto de tanto fariseísmo en los reproches cistercienses, replicó a San Bernardo (y sin nombrarlos, como había hecho él en la famosa soflama anterior) : “Oh, vosotros, nueva estirpe de fariseos, que han sido devueltos al mundo! Que se apartan de los demás, se prefieren a todos y dicen lo que el profeta predijo que habían de decir: No me toquéis, porque yo soy puro”.
Podemos ver con claridad que la vocación de Cluny era atender a los fieles, viajar, la peregrinación, el intercambio cultural, expandir la reforma, mientras las otras órdenes se encerraban en sí mismas y se aislaban.
Otro párrafo esclarecedor de Weisbach:  “Cuando se conocen las circunstancias de aquel tiempo, parece algo inocente la concepción de los investigadores modernos que, convencidos, sin más, de la eficacia decisiva de la invectiva de San Bernardo, presentan las cosas como si el abad de Clairvaux hubiese, a modo de un exorcista todopoderoso, expulsado de la escultura eclesiástica las ilusiones demoníacas…su voz no fue más que una entre otras encontradas y así es fácilmente comprensible la escasa influencia que tuvo de hecho su advertencia, que él solo podía hacer obligatoria dentro de la orden cisterciense que le estaba sometida”.
Y respecto a lo comentado sobre el montaje de los terrores del milenio, está disponible un trabajo de Juana Torres de la Universidad de Cantabria “El cronista del año mil: Raul Glaber” que recorre la biografía un tanto “giróvaga” del cronista, que amplía el relato desde el año mil a 33 más tarde, para poder abarcar las dos posibilidades respecto a la vuelta de Cristo (según su nacimiento o su muerte) y con la misma intención, trata de buscarse un hueco entre los escritores eclesiásticos de su tiempo, no como un copista ilustrado. Y por ello incluye sin venir a cuento en lo que debería ser una historia, su teoría de la divina cuaternidad, que conecta desde los elementos naturales a las virtudes, pasando por los cuatro evangelistas y acabando en los cuatro ríos del Paraiso, sin aparente resultado exitoso de su tesis. “Se trataba, en definitiva –dice la autora- de armonizar la historia, entendida como una historia de la salvación, con el orden del cosmos”. Tanto los prodigios como las  catástrofes que enumera para justificar “su” milenio no dejan de ser similares a las que se han producido antes y después de la fecha de su crónica.
Una de las formas de purificación eran las peregrinaciones, pero no porque la gente pensara en el milenio, sino porque la influencia de Cluny en todo occidente impulsaba las peregrinaciones (Santiago, Roma, Tierra Santa) y de este modo, Jerusalén recibía cantidades ingentes de peregrinos.
Y así es como la autora comenta: “Raúl nos describe el aspecto de las ciudades, llenas de nuevas construcciones, con la siguiente metáfora: “era como si la propia tierra sacudiéndose y liberándose de la vejez, se revistiera toda entera de un manto blanco de iglesias” (III, 4,13). Posiblemente, con una perspectiva menos espiritual, lo que sucedía era que, ante la situación de crecimiento económico, la Iglesia habría puesto en circulación las riquezas hasta entonces acumuladas.  Se celebraron asambleas de paz con el compromiso de abstenerse de cualquier hostilidad durante ciertos periodos del calendario litúrgico, las denominadas “treguas de Dios”.
Las peregrinaciones acarreaban la necesidad de acumular reliquias (conocemos en enorme tráfico de ellas) y por ende, la aparición de numerosas curaciones milagrosas. “Todos se sentían arrebatados por un entusiasmo tan intenso que indujo a los obispos a levantar hacia el cielo el báculo, y los fieles, tendiendo las manos a Dios, invocaron a coro: ¡Paz, paz, paz!” (IV, 5,14 y 16)” termina el libro IV de Glaber en una nueva imagen triunfalista.
(En la imagen, Beato de San Millán)
Pero como venimos comentando, esa visión cinematográfica de la razón del rápido aumento de iglesias románicas en tan corto plazo (apenas siglo y medio) tiene poco que ver con la realidad. A nuestro juicio, como hemos adelantado, la Reforma Gregoriana y las nuevas formas de venerar a los difuntos y su protección, entre otras muchas medidas civiles y religiosas de la Reforma, son las que provocaron esa necesidad de que cada pueblo tuviera “su” iglesia, que el modelo fuera repetido (lo difícil es encontrar un templo románico en el que no haya elementos apotropaicos) y se esforzaran en hacer “lo conveniente” y adecuado para los fieles, sus difuntos y para quienes atendían sus necesidades espirituales. Todo ello con el impulso de los monjes de Cluny bajo el abad Odilon. Pocos decenios después, con sus propios monjes ocupando el papado, se expande la Reforma que llevará –en algunos casos, como en Castilla, con fuerte oposición- la nueva liturgia y las nuevas leyes a la vida de los cristianos.
Lo veremos en el siguiente artículo. 





Comentarios

Entradas populares