Siervos y señores medievales
Comentamos algunos párrafos más del valioso estudio del profesor Laliena “Siervos medievales de Aragón y Navarra en los siglos XI-XIII" que pueden relacionarse con lo que vemos esculpido en los capiteles románicos referido a juicios y ordalías.
"Antes del siglo XII los jueces se regían por la ausencia de argumentación de las partes y la falta de investigación de los hechos, de modo que la adjudicación de la justicia se resolvía mediante pruebas esencialmente irracionales, como las ordalías o los juramentos".
Se constata en el estudio que en unos tiempos en que se había impuesto el destierro de esas costumbres ancestrales por presión de la Iglesia, se vuelven a utilizar, “en un ambiente jurídico retardatario y arcaizante…La carencia de honor de los siervos impedía que pudieran usar cualquier tipo de ordalía para protegerlo del vasto territorio de la duda que se extendía más allá de los testigos y juramentos. Los combates rústicos se restringían a los casos de robo (y casi exclusivamente de ganado) con una preeminencia de los infanzones, visualizada en la oposición entre juramento y batalla de candelas”.
La batalla de candelas fue una evolución no lesiva, probablemente ofrecida por la Iglesia, por la cual se confeccionaban dos cirios idénticos, que se encendían sobre el altar, indicando la inocencia de aquel cuya llama se mantuviese más tiempo encendida.
Ocurría que la absoluta indigencia de los siervos no les permitía ni siquiera acceder por sí mismos a las ordalías, que requerían desembolso económico previo, por lo que, paradójicamente, las padecían representando al señor pero no eran utilizables para ellos salvo casos muy concretos. Para los señores e infanzones el juramento era suficiente. Se matiza que cuando uno de éstos ya había tenido que jurar, a la segunda vez se imponía el combate judicial. Así explica el investigador que “la coexistencia con el duelo –aunque fuera a escudo y bastón- ratificó esta posición simbólica de las ordalías unilaterales y bilaterales. Sin perder nunca por completo su matiz degradante, los pobres soportaban el hierro y los acomodados acudían a un procedimiento digno: la batalla”.
“El Fuero General de Navarra incluye las ordalías del duelo, el hierro y la candela, así como la del agua hirviendo o del caldero tal como se ejecutaban en el transcurso del siglo XIII y subraya la decisión de mantenerlas a pesar del veto eclesiástico de 1215".
Como ya hemos dicho sobre otros trabajos, una vez se posiciona la Iglesia contra ellas, se buscan alternativas en sedes reales y con autoridades civiles o jueces del rey. Incluso para tomar juramento se va descendiendo la dignidad del tomador del mismo, de modo que en ausencia de clérigo, se acepte alcalde, alguacil o finalmente cualquiera vecino digno. En las sedes de juramento se mostraban también, como lugar público, las medidas oficiales de cereal, telas, etc., lo que nos lleva a pensar que en algunos lugares (Jaca, por ejemplo) donde hallamos marcadas medidas, eran lugares juraderos, además de mercado y centros de reunión.
Precisamente en Jaca, tal como dice el profesor Laliena, el Fuero castigaba al perjuro con la expulsión de la villa “puesto que por ninguna cosa se pierde tanto el fruto de los campos o de las viñas como por el perjurio”. Este comentario pudiera obedecer –en nuestra opinión- a algún prejuicio o creencia por la que la falta grave contra la justicia pudiera afectar a los frutos del campo.
"La pena para los falsos testimonios –dice- incluía trasquilar el pelo en forma de cruz y quemar la frente, también con forma de cruz, con un badajo de campana al rojo vivo.”
Cuenta el Dr.Laliena en su valioso y recomendable estudio, a manera de resumen, que “La ordalía revestía una doble cara: en la medida en que era un síntoma de servidumbre y un modo de confirmarla, resultaba vergonzosa y denigrante. Pero como recurso judicial para demostrar lo indemostrable por otras vías -en particular, las heridas ofensivas- contribuía decisivamente a restituir el honor perdido.”
Terminamos en un enclave que describe el estudioso donde se efectuaban esas pruebas cuando se trataba de personas de la montaña y por disputas ganaderas: la ermita de San Caprasio en Santa Cruz de la Serós, cerca de San Juan de la Peña, que ya hemos mencionado.
“Ser pobre y no tener ni cien sueldos, impedía someterse a estas pruebas a los mezquinos, “a los cuales la verdad debía ser extraída por medios dolorosos y connotados de vergüenza”.
Siempre atentos a la alusión iconográfica, no dejamos de percibir que, al igual que en San Caprasio no hay iconografía, en la cercana Santa María de Santa Cruz de la Serós, intrigante iglesia con esa famosa estancia inaccesible y oculta sobre la nave de la iglesia –que se la supone, entre otras cosas, para guardar el tesoro ante incursiones y revueltas- tenga enfrente en la nave un desconcertante capitel.
La gesticulación de los dos personajes a los extremos que parecen estar desnudos, la imposición de mano sobre la cabeza de otro personaje de los tres centrales, bien vestidos, más dignos, con vistoso peinado, colocando las manos como jurando - al menos el central- e incluso el hecho de que el que es tomado de la mano a nuestra izquierda lleve una sola media anudada -parece llevar ambos pédules- nos pueden haber llevado a pensar desde un exorcismo a una preparación catecumenal, pero ahora pudiera señalar la ceremonia previa a una ordalía bilateral. Siempre en el terreno de la hipótesis.
Terminamos la cita del libro: “…la doble tenaza formada por la justicia del rey y la condena de la Iglesia, redujo al mínimo la presencia de las ordalías en el panorama legal y judicial navarro, pero con todo, el hierro candente perduró en el fuero general en aspectos importantes del honor y de la coerción”.
Como decimos, una preciosidad el trabajo reflejado en el texto del profesor Laliena, en el que se puede entender el significado de pasar la soga por el cuello de un infanzón a otro, cómo se castigaba a los plebeyos que asesinaban a un infanzón o la gravedad de un acto aparentemente anodino como retener el freno de un caballo montado por un superior.
En una larga "Historia Eclesiástica de España" de Vicente de la Fuente, en su vol.3 se cuenta en la pag.299 que "desde la época de los godos existía en la cúspide del Pirineo, por la parte de Jaca, una alberguería (Somport?) donde varios monjes cuidaban de guiar a los peregrinos que pasaban aquel puerto, a la manera que hacen ahora en los Alpes los monjes del monte de San Bernardo. Loa reyes de Aragón. no tan solo protegieron aquel monasterio, llamado de Santa Cristina in summo portu, sino que le dieron grandes privilegios: Don Sancho Ramírez, mandó que se hicieeran enn él pruebas vulgares o juicios de Dios, por medio del hierro candente.
ResponderEliminarEn nota al pie se dice: Esta prueba también se hacía en Loharre, Alquezasr y otros puntos. D. Pedro I de Aragón concedió a los frailes y criados del hospital (fratibus et casetos del hospital) exención de hueste, apellido y cabalgada.