Caballero cristiano con escudo de cometa y empuñando una espada del interior de Santiago de Agüero. Sorprende la extraña punta de lanza que aparece bajo su hombro derecho, que puede ser un defecto de la piedra, pese a que está alineada con la hipotética lanza de su adversario.
Respecto a las características del guerrero musulmán, habría
ayudado mucho para la tesis de la dra. Monteira la inclusión del maravilloso
capitel (realmente son dos enfrentados, el otro tiene una Tregua Domini) de
Retortillo, en Cantabria, muy cerca de Reinosa.
Precisamente se ha dispuesto a los dos guerreros en un
aparente plano de igualdad en cuanto atalaje y vestimenta, pero el musulmán
porta la rodela, que vemos está siendo tocada por la lanza del cristiano -está
perdiendo- y además el tallista (quizás el maestro Fruchel) le ha puesto
sutilmente una perilla, que identifica el rostro del agareno. Los cristianos
suelen tener la cara semioculta por sus aparatosos escudos.
Haciendo pendant aparece la otra espléndida pieza del mismo
autor, en la cual, al ser ambos contendientes
cristianos, los ha revestido con
cota de malla que les cubre la cabeza, ya no es preciso identificar la cara de
ninguno, porque, como alternativa a la lucha justa antes vista, ahora la
intervención de la dama-Iglesia deteniendo la batalla identifica el mensaje con
claridad: la legitimidad de la lucha contra el enemigo, razón por la cual se ha
dejado a la vista su fisionomía, frente a la Tregua Domini, o sea, la
ilegitimidad de la lucha entre hermanos de fe, que conducía, como hemos
propuesto, a sumarios juicios contra quienes lo incumplían.
El
detalle de la perilla para identificar al “enemigo” tiene, a nuestro juicio,
mucha importancia ya que, en la línea que defiende Inés Monteira de atribuir
vicios a los musulmanes, hemos comprobado cómo un número muy alto de
masturbadores en los canecillos lo hacen con la mano izquierda –la impura-
mientras colocan la derecha en la barbilla, en un gesto que entendemos alusivo
al vicio que se atribuía al otro.
Cientos
de canecillos lo avalan, pero elegimos uno alejado, más cerca de la frontera
enemiga, en el Santuario de la Virgen de la Peña en Sepúlveda, donde el
candidato aparece de perfil, cosa poco frecuente.
Muy cerca, otro “pecador” ha quedado liberado de mostrar lo
que pretendía al romperle las piernas a pedradas aquello a lo que apuntaban los
censores de obscenidades.
Toda esta tropa exhibicionista alimenta el amplísimo
catálogo de la ponente, pero a quienes pensamos que todos estos motivos
obscenos tenían una función apotropaica, se nos hace muy cuesta arriba aceptar
sus propuestas de propaganda antiislámica. La primera regla de la propaganda es
hacerse visible y lo alto de los aleros no es precisamente el sitio adecuado,
tanto para impartir doctrina (quienes entienden los canecillos como ejemplos de
lo que no hay que hacer) como para jalear al cristiano contra el enemigo.
Estoy seguro que a muchos aragoneses y foráneos nos duele que
el entrañable viejecito barbudo y calvo que aparece esculpido en Biota en una
de sus mochetas con el hacha al hombro, seguramente alusión a su instrumento de
trabajo como tallista y mesándose las barbas en posible gesto de sabiduría y
experiencia, y del que se propone pueda ser el propio maestro, lo convierta en un cruel musulmán con el arma
de sus felonías esperando a que pasemos por debajo para atizarnos. No todo vale
para llenarse de argumentos.
En su tesis, la dra.Monteira opina (pag.214) que esas
luchas de caballeros no responden a torneos como deporte, por la condena de la
Iglesia de estos arriesgados desafíos a partir del siglo XII, como hemos estudiado en
las páginas referidas a las ordalías. Pero acepta que “los caballeros
enfrentados aparecen adosados a los templos con un carácter ejemplar y heroico,
con un objeto adoctrinador, dentro de un programa iconográfico diseñado por las
autoridades clericales”. En el caso que tratamos de Santiago, se pudo aceptar
esas imágenes ensalzando las hazañas y los valores del destinatario del
panteón. Como vimos en muchos ejemplos, que la doctrina de la Iglesia condene
un hecho no quiere decir que no lo incluya en su catálogo iconográfico, que los
usuarios también opinaban, y las ordalías y pruebas judiciales se continuaron
haciendo aún con la Iglesia en contra, o más bien, de perfil. Frómista, sin ir
más lejos, es un ejemplo claro de esculturas con escenas puestas para ser
condenadas (ordalías, justicia cainita, etc).
Por otro lado, ya hemos comentado antes que muchas de
esas escenas de las portadas obedecen a ritos de ordalías y juicios por infracciones
a la Tregua de Dios, y hemos aportado documentados estudios de juristas
aragoneses (Buesa, Laliena, Crespo) en los que se menciona legislación que
señala el duelo como forma de resolución judicial.
Otro punto a discutir es la identificación del
centauro como el musulmán, que tenemos en el exterior de Santiago combatido por
el caballero cristiano, aunque aquí admite no tener signos para tal equiparación.
Sí lo hace cuando relata que en el interior de Armentia (pag.289)” un centauro arquero atrapado por tallos, señal ésta de condenación
eterna, dispara a la figura del caballero cristiano que permanece libre de ramaje.
Tras el cristiano, un jinete musulmán esgrime un arco, pues la técnica de
montar a la jineta lo delata, como veremos.”
Como
comprobamos en las fotos, no hay tal jinete musulmán, sino centauros, ambos
sagitarios, y por lo tanto, nadie monta a la jineta.
Pero no estamos aquí para discrepar de sus propuestas,
sino para determinar la realidad aparecida en los capiteles interiores de
Santiago.
Precisamente en uno de estos dos capiteles de la entrada
interior de Santiago, identifica a un guerrero musulmán porque monta a la
jineta pero el hecho de volver el cuerpo al cabalgar no implica ir montado a la jineta, sino al revés: el hecho de ir montado a la jineta permite girar el cuerpo al cabalgar.
La investigación realizada por la dra.Monteira nos sirve perfectamente
para determinar qué es montar a la jineta (vale con g también). En la pag,295
lo describe como “la técnica ecuestre árabe, basada en los
estribos cortos que no alcanzaban más abajo del abdomen del animal. Al montar
con las piernas encogidas se propiciaba la unión directa entre jinete y corcel,
y una gran agilidad de movimientos. La monta a
la jineta permitía el dominio del caballo mediante la
presión de las rodillas y dejaba libres las manos para el manejar el arco,
facilitando el giro del torso y permitiendo disparar en el momento de la
huída.”
A nuestro juicio, todos los cabalgantes de este capitel doble montan a la brida y no a la jineta, ya que tienen las piernas completamente estiradas sobre el estribo.
El problema se plantea cuando vemos que
ese modo de cabalgar era lo que permitía el giro del cuerpo y el manejo de
objetos, lo que no tiene por qué asimilar la imagen a la del centauro. Absurdo,
porque el centauro no tiene estribos. Por otro lado, tenemos ejemplos de
caballeros a la jineta que no vuelven el cuerpo (arqueta de Leyre)
y por el
contrario, como el caso que estudiamos de Santiago, hay abundantes cabalgantes
que vuelven el cuerpo y no montan a la jineta. Debemos entender que montar a la
jineta se produce cuando se flexionan las piernas y el estribo aparece sobre el
vientre del caballo, independientemente de que el jinete manipule algo. Es
cierto que una vez lograda la libertad de acción, esa técnica, como dice la
historiadora, permitiera lanzar piedras, llevar objetos, volver el cuerpo y
disparar con arco, pero precisamente son mayoría los guerreros que vuelven el
cuerpo y disparan flechas sin ir montando a la jineta, como nuestro caso.
No deberíamos cuestionar otra vez los ejemplos, pero uno
citado, que es el de los Beatos, nos muestra en el de Valcabado, a los cuatro
jinetes, entre los que el primero, al que corona un ángel, representa a Cristo
coronado por la Iglesia y su postura vuelta disparando el arco es precisamente
la asociada al malvado musulmán. Todos cabalgan a la jineta y sueltan las
riendas. En el caso de nuestro mahometano de Santiago, al volverse a lanzar la piedra y cubrirse con el escudo, suelta las riendas, y al cabalgar a la brida, pierda el control de la montura. Sólo las espuelas pueden dirigir a la montura.
Básicamente, nos encontramos entre los que suponemos escaso
grupo de aficionados que opinamos que la Iglesia no utilizó sus templos para
fomentar el odio, pese a lo aportado en la tesis. Precisamente la reforma
gregoriana, impulsada desde mediados del
siglo XI por los monjes de Cluny y el Papa, trataba de modificar las leyes y
costumbres poco acordes con la religión que impulsaba el mensaje de Cristo, el
del Nuevo Testamento. La pervivencia de leyes visigóticas que justificaban la
venganza familiar, las ordalías y justicia severísima (muerte a las adúlteras y
homosexuales), quiso ser desterrada bajo ese impulso. De hecho, la alternativa
de reforma fue, como hemos contado, sometida a su vez a ordalía. Los muchos
ejemplos que se aportan basados en canecillos obscenos, los entendemos como instrumentos para
ahuyentar al diablo y al mal, con consentimiento de las autoridades
eclesiásticas, que permitían, cuando no fomentaban, ese tipo de religiosidad
popular, luego tratada como superstición, tras ser utilizado reiteradamente en
los templos, para complacer a los parroquianos.
Es posible que en territorios
fronterizos, como algunas comarcas sorianas, se utilizara esa alusión a la
maldad del enemigo, pero en templos como en San Martín de Frómista no hay
alusiones de ese tipo y donde, por ejemplo, se efigia un personaje desnudo
tumbado “a la manera de rezar musulmana” no tiene más finalidad, pensamos, que ser una
variante de mostrar la parte del cuerpo que más molesta a los diablos que
creían acosaban los templos. Bastantes templos británicos muestran en sus canes lo que ellos llaman "moon" con la misma finalidad apotropaica. Pero eso es otra historia que veremos más
adelante.
Por el
momento, otro de los ejemplos de la interesante tesis de Inés Monteira en donde
encuentra gestos relacionados con el musulmán es la iglesia de San Lorenzo de
Segovia, que nos puede servir de disculpa para hacer en breve una nueva
propuesta, pero antes conviene cerrar el tema de los caballeros enfrentados con un valioso trabajo de François Marie Besson : "A armes égales".
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Confirma nuestra propuesta de que montar a la jineta se refiere a la manera de estirar las piernas sobre los estribos, con las rodillas flexionadas para manejar con las piernas al caballo, mientras que montar a la brida significa estirar completamente las piernas hasta los estribos de modo que hace imprescindible el uso de las riendas para dirigir al caballo, un interesante artículo publicado (y accesible en internet) en la revista Mirabilia, concretamente en el nº 8 de diciembre de 2008 de los investigadores Ruiz-Doménec y Costa titulado "La caballería en el arte de la guerra en el mundo antiguo y medieval"
ResponderEliminarwww.revistamirabilia.com
Nada que ver con el hecho de volver el cuerpo al cabalgar, se haga o no montando a la jineta.
También estudia detenidamente las adargas.