ESCENAS SEXUALES EN CAPITELES SEPULVEDANOS (Y 3ª)
Ventosilla-Tejadilla
Del conjunto de templos segovianos que formaban parte de la
antigua Comunidad de Villa y Tierra de Sepúlveda y que contienen capiteles de
contenido sexual (además de canecillos, tan abundantes) nos queda por comentar
el de Ventosilla-Tejadilla, que por una coincidencia al hacer la foto a su
panel informativo, también aparece el tercer barrio donde se ubica: Casas Altas.
Lo hemos dejado para lo último porque además de disponer de un
trabajo monográfico que hizo Inés Ruiz Montejo hace ya treinta años titulado
“Iconografía y cultura popular en la Edad Media: la Iglesia de Ventosilla
(Segovia) “ en la Revista Fragmentos en 1987, diez años antes, había publicado
otro trabajo en la revista Goya nº 147 de 1978 : “La temática obscena en la
iconografía rural” de una manera más genérica. Con ambos y la ficha de la
Enciclopedia firmada por CAM y las fotos que hicimos in situ creemos poder
aportar nuestra opinión.
La aproximación al tema (del que ya hicimos algunos pinitos en el
foro de El pasiego de la mano de nuestro amigo Ray) la hacemos siguiendo la
ficha de la EdR. Es quizás importante en este caso comentar sus canes, algo diferentes
a las otras iglesias, a los que ha dado sentido la profesora Ruiz Montejo, pero
lo veremos con su comentario.
Dice la EdR que esta iglesia también perteneció a la Comunidad, en
el ochavo de Prádena. Se data, como las otras que hemos estudiado, a mediados
del XIII, cuando se seguía trabajando residualmente en románico en tierras de
repoblación y por eso nos encontramos con trabajos con el único valor de
informarnos de lo que preocupaba a la gente de ese tiempo.
Capitel de Ventosilla lado evangelio, junto al púlpito con la presunta Epifanía |
El arco triunfal se apoya
en dos capiteles figurados. El del evangelio presenta una escena con una
posible Adoración de los Magos, en donde ya se empieza a notar la impericia del
artista y quizás la del comitente, cuando no fueron capaces de poner tres, sino
dos Reyes Magos. Lo compensan con varios “muñecos” más que no sabemos si son
pastores, pajes, San José, el pequeño rey faltante o reyes menores.
Pero la escena que nos interesa es descrita en la EdR por CAM así:
“La otra cesta que recoge el arco, la del lado de la epístola tiene tallada una
representación del pecado de la lujuria dividida en dos escenas fundamentales:
en la primera de ellas situada en un lateral aparece el demonio personificado
en una larga serpiente con cabeza humana, que incita al hombre, vestido con una
larga túnica que le llega hasta los pies, a caer en el pecado. En la segunda
escena que ocupa el resto de la cesta, aparece en el centro una figura desnuda
con los brazos levantados, a su lado un hombre la agarra del brazo mientras
sostiene el miembro viril con la mano derecha. Si la primera escena del capitel
se podría interpretar como una tentación del demonio que empuja al hombre al
pecado, en ésta segunda escena se presenta el momento justo en que el hombre es
seducido y cae en el pecado de la carne y la lujuria. Aunque de talla más seca
y mucho más simplificada vemos en este capitel algunas características, como
los rostros ovalados, que nos hacen recordar modelos de otros iglesias
segovianas como El Olmillo.”
Capitel de Ventosilla lado epístola con escena de agresión sexual |
Esta descripción sigue bastante la hecha por Ruiz Montejo, quien
candorosamente (eran otros tiempos) no nos dice qué hace el hombre; bueno, sí
lo dice: “pecar”, pero no describe el instrumento. Sin embargo, esa prudencia
la compensa con su insólita propuesta, de la que vemos no se hace eco la
moderna EdR ; se trata para Ruiz Montejo
de una escena de prostíbulo, sin parangón en el románico. Dice : “Resulta
extraordinario y difícil de captar en un primer momento, que en un capitel del
presbiterio se plasme un prostíbulo. La imagen preconcebida del pecado sexual
se remite a símbolos de lujuria, a un tema de cariz obsceno, en fin, a una
serie de imágenes ya tipificadas en la iconografía de la Edad Media. Pero
sorprende, y más aún a priori, que un escultor, por popular que sea, represente
un tema ejemplar y típico de la catequesis medieval, el pecado de la carne,
mediante una escena tan cruda, tan real y tan próxima a su entorno como la
prostitución”.
Lateral capitel Ventosilla con el diablo escoltando al agresor sexual |
Queremos entender que el “entorno” es el del pecado de la carne y
no el del pueblo. Pero fundamentalmente, no vemos en qué se puede basar para
determinar dicho “negocio” carnal, cuando no aparece pago ninguno. Nadie tiene
monedas, ni sacos, ni tiende la mano para cobrar. De hecho, el personaje junto
a la serpiente con un brazo en jarras si fuera una mujer –sus faldas son muy
similares a los Reyes de la Adoración de enfrente, incluída María- y si la
escena fuera de prostíbulo, pasaría por alcahueta. De esa misma fecha es la
conocida escena de celestinaje de la pila de Rebanal de las Llantas (Palencia),
donde junto a la pareja copulante, aparece una vieja que empuja a la mujer al
pecado.
Lateral del capitel de Ventosilla que describe una agresión sexual |
Quiero decir que no es un gesto muy masculino en el románico poner
los brazos en jarras, como está este personaje de Aldehuela. Acabamos de ver en
el capitel de Rebollo una dama –ahí sí- con el vestido hasta los pies en
postura muy similar a la que tenemos aquí, con un acosador sexual empuñando un
olifante.
Dama en Rebollo |
posible dama en Ventosilla |
La única interacción en
Ventosilla –y esa sí creemos que es fundamental para identificar la escena – es
que el varón desnudo sujeta el brazo de la hembra desnuda, lo que transmite
invariablemente una escena de agresión, de dominio, de fuerza, sobre una mujer
desnuda que levanta los brazos y no pensamos que baila, sino que parece asustada
y se resiste y protege con las manos. No hay que olvidar el hecho de que hay
pequeñas cabezas esculpidas, lo que puede aludir a la presencia de testigos de
tal agresión.
Ruiz Montejo lo describe así: “En la escena del prostíbulo se
ordenan plásticamente en tres cuadros o momentos distintos las condiciones
requeridas para el pecado: tentación del demonio, deseo sexual consentido y
consumación del acto. En cada uno de los cuadros se especifican detalles capaces
de expresar con características propias su profundo contenido. El primero de
ellos, la tentación, ofrece una figura de demonio con forma de serpiente que
empuja al hombre hacia el pecado; en el segundo, que simboliza el deseo
consentido, el hombre presenta fisonomía demoníaca; y completa la escena el
cuadro central, el más realista y crudo, con la acción de pecar."
Para la propuesta de prostitución tendría más sentido que la
serpiente del lateral indicara la tentación a una mujer, que por su gestualidad
pudiera ser la figura esculpida. Serpiente y mujer suelen ser compatibles, como
la sempiterna imagen de la Caída, más cuando la historiadora dedica buena parte
de su artículo a explicar la imputación negativa de la fémina en la Edad Media.
¿Se trata, por tanto, de una mujer, identificada como objeto de pecado por la
presencia de la serpiente? Si es un hombre, no hace gesto alguno que indique
que es objeto de tentación: un brazo en jarras y el otro sobre el pecho.
Tampoco vemos que sea símbolo del “deseo contenido” el diablo con “fisonomía
demoniaca” del rincón, sino una alusión al pecado que muestra: una posible
violación. No vemos razón para deducir que hay varias secuencias esculpidas,
sino que se cuenta un todo.
Aunque en el lateral del varón desnudo aparece un monstruo que
pudiera ser un diablo, ambos bichos: serpiente y diablo que flanquean el
capitel pudieran referirse a toda la escena y no identificar precisamente a sus
más próximos humanos. En cualquier caso creo que no hay duda que la actitud
violenta del varón desnudo y su miembro agresivo, sujetando por el brazo a la
mujer (el haber picado su sexo es un dato más para identificarla) señala un
delito de violación o de agresión sexual.
Ese sí sería un tema adecuado para
“predicar” desde el púlpito, precisamente colocado enfrente, ante la imagen de
la Epifanía, de cuya relación se pueden hacer los malabares literarios que se
quieran, pero que son dos mensajes totalmente distintos. Figurar una escena de
prostíbulo no parece muy adecuado para un entorno eclesiástico, más cuando no
hay condena visible a los protagonistas. Sí lo sería un alegato contra las
agresiones sexuales. Hay que tener en cuenta que estamos en territorios de ida
y venida en la reconquista y finalmente repoblado, por lo que el control
jurídico de la vida diaria dejaría mucho que desear y los párroco tendrían que intervenir
señalando los excesos. A veces la justicia estaba lejos. Y es posible que en
los casos que contemplamos se haya impartido justicia en las iglesias bajo esos
capiteles frente al altar.
Por tanto, la desnudez de la mujer más bien parece forzada por la
presencia agresiva del varón, y el personaje junto a la serpiente no debería
ser una “secuencia” de un relato, sino
parte de un todo: si es mujer, como alcahueta (Ruiz Montejo dice respecto a la
desnuda: “Es evidente que en Ventosilla se muestra a la mujer como la
instigadora inmediata del pecado”, sin percatarse de que está siendo sujetada
por el brazo, pero eso le permite repasar toda la literatura condenando a la
mujer) y si es varón, como asistente al hecho junto con las otras cabecitas, y
que el orador de turno utilizaría para predicar la obligación de delatar esas
violaciones. La presencia de la serpiente le inhabilitaría como posible juez.
Cabe otra posibilidad que ya asignamos a la dama de Rebollo, que tiene el mismo gesto que aquí: su brazo en jarras puede aludir a la tentación pero como mujer -de ahí la serpiente- de manera que hipotetizamos si en ambos casos no fuera también un mensaje a la tentación que puede suponer el baile femenino para desatar la irrefrenable lascivia masculina. Serían así dos secuencias con la dama insinuante mediante el baile y la agresión del macho excitado.
Como decimos, tanto el capitel de Aldehuela como el de Rebollo
parecen relatar agresiones sexuales, tema muy conveniente para denunciar y condenar
en el sermón de cualquier iglesia en cualquier época.
Alero de Ventosilla con hombre gesticulante, junto a sacerdote consagrando (Y comulgando?) y obispo |
Ya señalamos al principio que esta iglesia tiene una característica
especial, pues sus canecillos comparten –sin dejar el sentido apotropaico que
les damos- figuras religiosas con profanas, como si se hubiera plasmado lo que
dice Ruiz Montejo del “pacto” entre promotor y usuarios para que la iconografía
del alero contentara a ambos. Así aparece un obispo con dos báculos y al lado
un personaje con una copa y la boca esculpida en una forma extraña, que la
historiadora identifica como una Hostia y el cáliz, y que nos permitimos dudar
de que lo fueran porque los “rayos” que irradia la boca del personaje no tienen
por qué aludir a la Hostia visto con la mentalidad medieval. Hoy sí, porque
hemos visto muchas custodias. Al lado, un hombre desdentado estira sus labios
en un clarísimo gesto de burla que podría inspirar una propuesta sobre la burla
precisamente al canecillo anterior, aunque seguimos pensando que es
apotropaico.
Pero este escabroso capitel no el único que relata lo que creemos
violación. En un famoso capitel de la riojana iglesia de Ochánduri, también en
el interior y descubierto no hace mucho, aparece una lujuriosa historia que, al
menos para nosotros, tiene explicación, una vez más, en la imagen lateral. Pese
a la proximidad temporal y la lejanía geográfica, pensamos que se quiso enviar
el mismo mensaje que en Ventosilla: la condena de las violaciones y agresiones
sexuales.
Capitel interior de Ochánduri (La Rioja) con otra escena de violación |
La ficha de la EdR realizada por la gran especialista del románico
riojano Minerva Sáenz Rodríguez, explica el capitel pendant, con una batalla
con caballeros, soldados, lides ,etc.
De nuestro tema dice: “El capitel derecho presenta el tema obsceno
o erótico más espectacular de toda la región: un hombre y una mujer desnudos
realizando el acto sexual, ambos con órganos reproductores bastante exagerados.
La mujer parece forzada a esta acción pues con gesto desagradable intenta
impedirla agarrando al hombre del cuello y retorciéndole la cabeza hacia atrás
y hacia arriba. La identificación de la figura masculina resulta compleja, pues
lleva tonsura clerical en la cabeza, lo cual induce a pensar que es clérigo o
monje, moralizando bastante el asunto; sin embargo, posee pezuñas de cabra,
quizás intentando emular a los sátiros de la mitología griega (o faunos
romanos) de carácter sensual, lujurioso y lascivo, que pasaron al arte románico
como símbolos del demonio. En el lado derecho de la pieza hay dos figuras
vestidas con largas túnicas talares que han perdido sus cabezas, una de ellas levanta
los brazos y la otra apoya su mano en la mejilla, como si se lamentaran por la
escena que están presenciando. Sus exóticos atavíos de tipo islámico presentan
las mismas características que los de todas las figuras vestidas de Ochánduri,
a base de pliegues paralelos y ajustados al cuerpo modelando los contornos
realizados mediantes esquemáticas incisiones paralelas y horizontales, de talla
seca, plana y angulosa. En este caso el sentido del capitel no puede ser jocoso
sino moralizante, pues su aparición no solo en el interior de la iglesia, sino
en el lugar más sagrado de la misma, nos quiere advertir de los peligros del
pecado de la carne, y más aún si estos son cometidos por el estamento
eclesiástico. Según José Gabriel Moya Valgañón, quizá este asunto podría hacer
referencia a algunas de las Fábulas de Fedro de tema erótico, que aparecen
representadas en el célebre Tapiz románico de Bayeux. Concretamente son las de
La mujer y el joven, La viuda y el soldado y La doncella y los pretendientes”.
Creemos que la explicación de Minerva es muy ajustada, ya que la
mujer reacciona tirando del pelo al agresor, posiblemente barbado, lo que le
hace girar la cabeza. El mensaje está claro: hay una agresión sexual, de la que
se defiende la mujer. La observación para identificar por la tonsura al varón
ofrece aún más morbo a la historia. Pero en esta historia aparecen los
personajes laterales haciendo aspavientos ante el “relato”; al vestir como casi
todos los personajes de Ochánduri no sabemos si son ropas talares, pero no
sería difícil que estén juzgando – quizá sentados- los hechos narrados al otro
lado del capitel: la mano en que apoya la cara de uno denota dolor y queja por
los hechos expuestos; curiosamente parece coger por el cinturón a su colega,
igual que lo hacían en Aldehuela y casi nos atrevemos a sugerir que donde hemos
inscrito las iniciales de nuestro amigo autor de la magnífica foto, hubiera
algo hoy perdido que sugiere un libro abierto al final del brazo que extiende
el personaje, de nuevo similar a la escena de Aldehuela: mostrar un Evangelio o
unos Fueros para juzgar la agresión sexual.
Volviendo a Ventosilla, y por lo visto en iglesias como Rebollo y
Aldehuela se presenta a los fieles en el interior de las iglesias escenas de
agresión sexual por sátiros humanos de las que son víctimas las damas y en
algunos casos se completa con el juicio o condena.
Creo que se pueden distinguir aquellos capiteles que muestran
exhibicionistas sin más, con la misma función apotropaica que cumplen los
canecillos, caso de El Olmillo o Navares (ambas precisamente sin canes) de la
narración de Aldehuela, donde no hay agresión sino la consecuencia de ello; de
Rebollo, en donde el olifante sonado (que en muchos casos manejan los ángeles
turiferarios en escenas apocalípticas) puede anunciar la agresión a la manera
que lo hace el capitel de Villanueva de la Nía, y de la escena de Ventosilla en
donde la agresión es más duramente narrada.
Esa narración directa es consecuencia de que los clérigos rurales
tampoco tenían formación como para dirigirse a los fieles de manera más sutil.
Se “encuentran tan inmersos en la cultura popular como los propios artistas”
dice Ruiz Montejo.
Nos parece muy valiosa la relación que establece la historiadora
entre la cultura popular y la iconografía obscena. En los cuarenta años
transcurridos se han ido publicando muchos trabajos sobre el tema de la
religiosidad popular medieval, desgraciadamente más desde el punto de vista
antropológico que artístico, pero Oronzo Giordano, Aaron Gurevich y otros
reconocidos investigadores han abierto un camino para profundizar esos puntos de
vista que en muchos casos han sido eliminados de las fuentes conventuales. No faltan historiadores como Waldemar
Deonna o Jean Claude Schmitt y hoy en
España, Alejandro García Avilés, que están mostrando que hay mucho por
investigar en torno a la cultura religiosa popular en la Edad Media. Casi todo
en inglés, porque ese tema es, quizás, poco elevado para otros. Piensan que el
nombre de “cultura popular” degrada el estudio, cuando desde Ficino en el
Renacimiento a Caro Baroja recientemente, siempre ha sido un tema que interesa
a los intelectuales, sobre todo aquello que ha podido escapar al control
documental de la Iglesia. La vida rural, especialmente, estuvo mucho tiempo -si es que se ha perdido, que lo dudo- impregnada de lo que hoy llamamos supersticiones, pero que les daban seguridad en su rutina diaria. Venía de padres a hijos desde lo más remoto de los tiempos.
De Gurevich extractamos este comentario: “Los creyentes en la Edad
Media, que parece acudían regularmente a
la iglesia a confesarse, fueron confrontados con un dilema, debiendo optar en
su vida espiritual entre el cristianismo y aquello que se consideraba pecado.
Seguramente no debe haber sido una decisión sencilla puesto que muchas
costumbres populares estaban puestas en entredicho: “Las prácticas mágicas
antiguas, precristianas, no desaparecieron. Sin embargo, existían ahora en un
contexto mental enteramente diferente. Sus practicantes y participantes
tuvieron que darse por enterados de los límites de la magia y tuvieron que
desarrollar una actitud crítica hacia ella. No solo en las raras ocasiones de
confesión formal, sino todo el tiempo, el fiel tuvo que darse cuenta del abismo
entre las diferentes formas de comportamiento prescritas por la magia natural
de un lado y por el cristianismo del otro. La magia era muy importante para él
como para abandonarla en conjunto, pero al mismo tiempo, era incesantemente
importunado por el pensamiento de que era prohibida y pecaminosa, y por tanto,
por el miedo del castigo eterno por transgresiones a los mandamientos divinos”.
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