El rechazo a las ordalías
Seguimos el relato del artículo citado de Beatriz Mariño. Se
centra luego en las escenas de combate de plebeyos, con las víctimas de las
acusaciones amparadas a un lado, tal como figuran en un capitel de Castañeda y
en otro que no cita y que pensamos relacionado con el tema, éste en San Martín
de Elines, ambos en Cantabria.
Sin embargo, su estudio se focaliza en esta unión de combate
incruento y la alusión a los sometidos a la prueba, y desaparece en ellos la
figura del juramento, de la introducción de las manos en las bocas leoninas.
Cuando veamos la literatura al respecto, nos daremos cuenta de cómo van
evolucionando en poco tiempo estas ceremonias hasta desvincularlas de la
Iglesia y de las rigurosas penas físicas.
Lo comenta Mariño al observar la presencia de una autoridad
(un juez o un alcalde) en la arquivolta de Santiago de Carrión, que se repite
en alguna más, como Arenillas y Perazancas. Sigamos su discurso : …"La batalla
de escudo y bastón fue objeto de continuas censuras tanto por parte del poder
civil como del eclesiástico. (No digamos –añadimos nosotros- de las llamadas
pruebas vulgares (hierro candente, agua calda, etc., mucho más irreversibles y
sanguinarias por similares motivos). El duelo,como las demás ordalías –sigue la
investigadora- respondía a una concepción de la justicia difícilmente conciliable
con la nueva dinámica económica y social de las ciudades. Monarquía, poder
municipal y autoridad eclesiástica combatieron con la mayor firmeza estos
“malos usos”. Para que la actividad mercantil se pudiese desarrollar con
regularidad, se hacía necesario acabar con todo tipo de arbitrariedades y dar
al derecho un carácter más acorde con las ideas de paz y tregua expresadas en
las asambleas que se venían celebrando, precisamente, en territorio castellano-leonés.
El sistema de penas públicas debía sustituir a las pruebas vulgares; el juez
dejaba de ser mero director del litigio entre las partes, para constituirse en
el genuino representante del poder real y municipal.”
Como siempre pasa en los documentos, una cosa es lo que se
acordaba y se promulgaba, e incluso se condenaba públicamente en las iglesias
(como el caso de Frómista que relatamos) y otra era la insistente presión
social para que las cosas siguieran “como siempre lo conocíamos”, lo que
siempre se había practicado en los litigios desde los visigodos: unas penas
implacables, brutales: castración a los sodomitas, manos cortadas a los
ladrones, ejecuciones sumarísimas, y en ese sentido pensamos que se esculpe
toda una panoplia como alegato del entorno del rey Alfonso VI contra esas
prácticas, arrancando con la escena más
primitiva de la aplicación de la justicia ancestral, sugerida por la escultura
de un sarcófago que ha estado presenta en el concilio de Husillos: una
ejecución en el mundo clásico (quizás entendido en ese ámbito como el mundo
bíblico) con testigos transmitiendo unos sentimientos que el “pathosformel” es
sólo capaz de sugerir.
Puede que también coadyuvara a esa inquina contra las ordalías, el hecho de que en tiempos del propio Alfonso VI se sometió a ordalía si se aceptaba o no el nuevo rito romano sustituyendo al visigodo o mozárabe: se arrojaron al fuego un ejemplar de cada rito para ver cuál sobrevivía. El Rey hizo caso omiso del resultado e impuso el nuevo rito romano, lo que dicen fué el origen del refrán "Allá van leyes do quieren reyes" que no necesita mayor explicación. Su esposa Constanza seguro que también se vió complacida.
Pero nos estamos adelantando a donde queremos llegar y
es preciso antes abundar en las ordalías y todo el drama que llevaban con
ellas.
Para ello, Beatriz Mariño cita un librito de 1881 escrito
por José Villaamil y Castro titulado “Del uso de las pruebas llamadas vulgares”
(Boletin histórico, Madrid) que hemos logrado localizar y que ofrecemos en esta
dirección:
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